De la discapacidad como
problema individual a la discapacidad como producción social.
Se
sostiene que la discapacidad es tradicionalmente considerada como un problema
que afecta a individuos, un problema derivado de las condiciones de salud
individuales y de deficiencia de algunos sujetos cuyos cuerpos se apartan de
los cánones de la normalidad, y por ello se transforman en objeto de estudio e
intervención de la medicina y la pedagogía, con un fin correctivo, NORMALIZAR.
Entonces
la discapacidad es pensada en términos de tragedia personal o de desviación
social.
Como tragedia personal se funda en la idea de
un déficit, el discapacitado está determinado a cumplir el rol de enfermo, por
lo que se espera que busque ayuda profesional para recuperar su condición
normal.
Los
discapacitados son socialmente eximidos de responsabilidades y derechos, y
privados de expectativas, más allá de su recuperación, debiendo someterse a
rehabilitación bajo la órbita y el poder de los profesionales pertinentes.
Como desviación social implica asignarle una
identidad y condición social devaluadas, es considerado como un menor de edad
permanente, que en el caso de tener derechos, tiene suspendido su ejercicio o
requiere de una tutela de otros para ejercerla.
La
crítica hacia estas dos interpretaciones es que excluyen la posición de los
discapacitados, y son considerados solo en su condición de objetos de
intervención profesional y de investigación científica.
Otro
discurso que ha tomado fuerza en los últimos años es el de la diversidad, que plantea que la variedad
enriquece al conjunto y la necesidad de respetar y tolerar la diversidad; el
problema radica en que solo considera “diversos” a aquellos que se apartan de
los límites de la normalidad; entonces aquí, los discapacitados, al igual que
las minorías étnicas, son señalados como diversos, sin que este significado se
aleje demasiado de los dos anteriores.
Otros
autores han destacado la concepción
sociopolítica de la discapacidad, donde proponen una perspectiva de
comprensión de la discapacidad, considerándola como un producto socio cultural,
es decir que para ellos los problemas que acarrea la discapacidad son
producciones sociales originadas en relaciones de desigualdad social.
La
apropiación desigual de bienes materiales y simbólicos característicos del
capitalismo genera manifestaciones distintas de la discapacidad ante la
presencia de deficiencias similares.
Otros
autores incorporan la dimensión cultural
en la producción de discapacidad, estos establecen que trasciende la
discriminación material e incluyen el prejuicio implícito en la representación
del fenómeno, prejuicio que lleva a los discapacitados a ser considerados como
“otros” a partir de la evidencia de las limitaciones de su cuerpo.
Entonces
lo que se propone es entender a la discapacidad como una producción social,
inscripta en los modos de producción y reproducción de una sociedad. Esto
supone romper con la idea de déficit y causalidad biológica, y entender que su
significado es fruto de una disputa, que se trata de una invención y no de algo
dado.
Como
se ha visto, la ideología de la normalidad opera sustentada en la lógica
binaria de pares contrapuestos, proponiendo una identidad deseable y su par
defecto, lo indeseable, lo que no es ni debe ser.
Y
al intentar entender la discapacidad como producción social, da cuenta también
de las injusticias económicas, simbólicas y culturales a las que están
sometidos los discapacitados.
Esto
también supone discutir que la discapacidad este dada en el cuerpo, que sea
natural y evidente.
Para
esto se debe pensar a la normalidad social en términos de ideología, es decir
la ideología de la normalidad, y su efecto de producción de discapacidad, los
cuales generan un colectivo: los discapacitados, que como otros colectivos
reivindica el eje transversal de reconocimiento de la diferencia. Así, la
discapacidad a partir de la constatación de una falta con respecto al parámetro
de la normalidad, es considerada una anormalidad que presenta ciertas
características: no se corrige, pero debe intentarse; no se cura, pero la cura
es la orientación de las intervenciones profesionales; no se castiga, pero se
somete a dominación extrema; no puede ser normalizada.
Aquí
se pone de manifiesto lo que la ideología de la normalidad oculta: la
diferencia constitutiva de lo humano; las relaciones de desigualdad entre
quienes tuvieron adquirieron el poder de imponer ciertas normas y quienes
fueron proscriptos por las mismas.
En
el caso de los discapacitados, la ideología de la normalidad no solo los define
por lo que les falta, sino que también confirma la completud de los normales;
esta lógica binaria se asienta en el convencimiento del valor de la normalidad:
está bien ser normal; y si alguien no lo es resulta necesario someterse a
rehabilitación para que se acerque lo más posible a ese estado.
Lo
anormal, designa la esfera del signo de la exclusión, que no refiere a un
afuera de la sociedad sino a un exterior de ciertas prácticas sociales y
circuitos institucionales diferenciados.
Así,
se ubica a los discapacitados como demandantes de servicios de rehabilitación,
de consumidores de prácticas profesionales, de medicamentos, de destinatarios
de políticas compensatorias que esconden la exclusión masiva y naturalizada.
Por
todo esto es estado tiene un papel fundamental, ya que posee una situación
estratégica a partir de delimitar un conjunto de personas a través de políticas
sociales que se centran en la desigual distribución, y compensa a un cierto
grupo como merecedores.
Pero
las políticas estatales que intentan corregir los efectos injustos del orden
social sin alterar el sistema que los genera, intensifican las diferencias de
grupo, reforzando la ideología de la normalidad.
En
nuestro país, desde Diciembre de 2010, se cuenta con una herramienta
fundamental en materia de salud y derechos humanos: La ley de salud mental
26.657; esta fue fruto del trabajo de legisladores, organizaciones sociales,
profesionales de la salud, usuarios y familiares.
Esta
norma es de carácter obligatorio en todo el país y asegura el derecho de todos los
que habitan el mismo a la protección de la salud mental; incluyendo también a
las adicciones, lo cual fue históricamente relegado al plano del delito.
La
ley 26.657, supone un punto de inflexión para romper con este viejo paradigma e
instituye uno nuevo el cual reconoce a las personas con padecimiento mental en
tanto sujetos de derecho, reconocidos como miembros de la sociedad e incluidos
plenamente en ella.
A
pesar de los avances científicos y la fuerte intervención estatal con la nueva
ley de salud mental, aun el padecimiento mental sigue considerándose un
estigma.
Para
contribuir a superar y dejar definitivamente atrás el viejo paradigma y los
consecuentes estereotipos, es fundamental el rol de los medios de comunicación,
en tanto el poder que estos ejercen en relación a la percepción de la realidad
de la sociedad.
Si
bien se han notado algunos avances, a nivel general se sigue trasmitiendo de
manera errónea y negativa una imagen del padecimiento mental, esto afianza los
estereotipos clásicos, los prejuicios y falsas creencias, y por lo tanto
perjudica los derechos y la inclusión social de las personas con padecimiento
mental y el entorno próximo.
Para
lograr el cumplimiento efectivo del derecho a la salud mental es necesario
promover el uso correcto del lenguaje con denominaciones acorde al modelo
comunitario y de inclusión social, evitando la perpetuación de estigmas y
discriminación a través de las palabras.
Las
personas, más allá de las circunstancias por las que están atravesando, son
personas, y por ende la circunstancia del padecimiento mental no es relevante
para la información que se difunde, por lo que no habría motivo alguno para
citarla. Y si se debe hacer se debe evitar etiquetar a los individuos
sustantivando su condición (depresivo, esquizofrénico, loco).
Tratamiento mediático:
Información: difundir conocimientos
actuales sobre los padecimientos mentales, los tratamientos y pronósticos.
Referirse a los dispositivos de salud mental y apoyo social por su nombre, en
lugar de utilizar términos despectivos del viejo paradigma.
Imágenes: difundir imágenes
positivas de personas con padecimiento mental en contextos normales de la vida.
Protagonistas: facilitar que sean las
personas con padecimiento mental las que participen en reportajes.
Prejuicios: no asociar la
violencia con la salud mental.
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